Neobatllismo.
Neobatllismo gobierno de Luis Batlle Berres
La riqueza de la posguerra:
La Segunda Guerra Mundial significó para Uruguay una demanda sostenida de sus principales rubros exportables, permitiendo obtener año tras año saldos positivos en la balanza comercial. Por consiguiente, el país multiplicó sus reservas en oro y divisas y el índice de crecimiento global de su economía estuvo entre los más altos del mundo. Cuando la recuperación europea comenzó a revertir esta tendencia, la guerra de Corea, entre 1950 y 1953, reeditó la coyuntura favorable del comercio exterior uruguayo.
Los gobiernos que se sucedieron entre 1943 y 1958 respondieron al batllismo; primero en una versión atenuada, con Juan José de Amézaga, y luego plenamente, con Luis Batlle Berres. Éste último era partidario de un estado interventor que articulara armoniosamente los intereses de capital y del trabajo. Como su tío, pensaba, también, que en ocasiones el Estado debía optar por apoyar a los sectores más desfavorecidos.
La industria como motor de la economía:
El eje de la política económica neobatllista fue la promoción de la industria, especialmente la de sustitución de importaciones. El modelo ISI, como se le llamó, aprovechaba la debilidad transitoria provocada por la guerra mundial en la industria europea para hacer nacer, en los países por ejemplo latinoamericanos, una industria propia. Las herramientas empleadas para el fomento industrial incluyeron aranceles preferenciales, exoneraciones fiscales, créditos baratos y tipos de cambio favorables. Así creció una industria de artículos de consumo -ropa, alimentos, bebidas, textiles- que exigió mano de obra e impulsó el desarrollo de sectores comerciales y de servicios.
La apuesta a la industria:
La política crediticia del Banco República es un claro ejemplo de la apuesta de los gobiernos del período por la industria, observa los datos en porcentajes sobre los créditos otorgados por el -Banco República:
AÑO Pecuaria Agricultura Industria
1945 60% 19,7 % 19,9 %
1955 38% 21,7 % 40,8 %
El control del comercio exterior:
La política proindustrial se financió con las divisas provenientes del sector agropecuario. Para el neobatllismo, la actividad primaria debía suministrar los capitales para el desarrollo manufacturero, que actuaría como dinamizador general de la economía. Esta transferencia de recursos del agro a la industria se concretó a través del contralor del comercio exterior y la política de cambios múltiples, instrumentos ambos que habían sido ya empleados desde el período de Terra.
El contralor del comercio exterior consistía en asignar prioridades de valor, procedencia o destino a las exportaciones o importaciones, según el interés del país. La política de cambios múltiples implicaba que la cotización de la divisa variaba en función de tales criterios. Lo que sucedía en todos los casos, sin embargo, era que el estado "compraba" barato el dólar que ingresaban los exportadores por los productos del agro y vendía "caro" el que requerían los importadores. Como el monopolio del contralor lo tenía el Banco República, la diferencia quedaba a favor del estado. Esa diferencia subvencionaba las actividades económicas de interés -por ejemplo, la industria- o cubría necesidades del estado, como el presupuesto público o el pago de la deuda.
Contradictoria realidad del agro:
Este traspaso de recursos no satisfizo a los ganaderos. Para aumentar la rentabilidad, bajaron la inversión y pidieron subsidios, agravando el estancamiento del rubro después de la etapa de oro de la posguerra.
Otros sectores fueron, en cambio, más dinámicos. Es el caso de la lechería, que duplicó la producción en una década, como también de algunos cultivos, como el trigo, el lino, el girasol, que pese a la desventajosa situación internacional tras la recuperación de la agricultura europea y la fabulosa expansión de la norteamericana, lograron, gracias a un decidido apoyo estatal, aumentar su área de explotación y sus volúmenes.
El neobatllismo: del apogeo a la derrota:
La "Suiza de América", como se identificó a nuestro país en éste período, se asentaba en una sociedad próspera e integrada; o eso creían muchos uruguayos. Pero detrás de esta mirada, la crisis germinaba.
La política neobatllista dividió las aguas: los obreros, un amplio espectro de clases medias y los industriales, vivían su hora de gloria. Un contingente desmedido de empleados públicos dependía del Estado, que extendía sus protectores brazos confiado en un desarrollo económico sin fin. El trabajo y la educación eran un camino seguro al bienestar y al ascenso social de las capas populares y medias.
Pero los estancieros veían el decrecimiento de sus ganancias en aras de una industria estrecha por el mercado interno. No sentían que se atendiera al agro, de donde provenía la riqueza del país. Los grandes comerciantes, los banqueros: todos quienes tenían empleados a su cargo, veían con temor la profusión de leyes que beneficiaban al trabajador y sentían el peso de la burocracia en el bolsillo.
Políticamente, los apoyos del batllismo se redujeron a la lista 15. Dentro del Partido Colorado se repetía la vieja división, aunque esta vez la oposición conservadora estaba constituida por los hijos de Batlle y Ordóñez, atrincherados en el diario El Día y en la "lista 14". El gran enemigo de Luis Batlle era, no obstante, Herrera, y por cierto, el viejo caudillo no escatimó críticas contra su adversario. Sus dardos apuntaban a la política económica, a la legislación social, a la demagogia, al clientelismo, a la corrupción que veía encarnados en "Luisito".
Crisis final del neobatllismo:
Terminado el período presidencial de Luis Batlle en 1951, el nuevo presidente electo, Andrés Martínez Trueba, quincista, solo permaneció un año en el cargo. El temor de una nueva candidatura de Luis Batlle para el siguiente ejercicio apresuró a sus adversarios a buscar una forma de cerrarle el camino. Como tantas otras veces, el recurso fue la reforma de la Constitución. La Carta finalmente aprobada en 1952 resultó del acuerdo entre los sectores conservadores de El Día y el herrerismo. El texto proponía volver a un Ejecutivo Colegiado en el que estarían representadas mayorías y minorías. Era una fórmula aconsejable en un momento en que se requería amplio respaldo popular y sobre todo, era una manera aceptable de compartir el poder entre los adversarios de Batlle.
Entre 1952 y 1958 se sucedieron dos gobiernos colegiados, en los que tuvo mayoría el Partido Colorado. La figura de "Luisito" volvió a dominar el escenario y obtuvo la mayoría abrumadora de los votantes en el segundo período (1955-1958). Pero el panorama político se había enrarecido. Era difícil conciliar opiniones y más aun ser operativo en un órgano de nueve miembros. La corrupción, lejos de erradicarse, se multiplicó.
En lo económico, empezaba a advertirse la caída de los indicadores tras el fin de la guerra de Corea. La economía uruguaya comenzaba a decaer y los conflictos sociales volvían a aparecer. En medio de este incierto contexto surgieron nuevas figuras. Algunas, como Benito Nardone, serían claves en la siguiente elección.
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